Viernes 13 de octubre de 1307. En toda Francia, los Caballeros Templarios fueron sorprendidos al amanecer y arrestados por orden del rey Felipe IV. Pero… ¿cómo logró el monarca acusar con tanta precisión a una orden tan poderosa y secreta? La respuesta se oculta en una operación encubierta digna de los mejores servicios de inteligencia medievales.
El artífice de esta maniobra fue Guillaume de Nogaret, el astuto y despiadado primer ministro del rey. De Nogaret organizó una red de espías infiltrados dentro de la Orden del Temple: hombres sin rostro, conocidos como “topos”, que se ganaron la confianza de los templarios para extraer sus secretos más comprometidos.
Según el historiador francés Alain Demurger, experto en los juicios templarios, un enviado del rey de Aragón relató en 1308 que De Nogaret había reclutado a doce agentes para infiltrarse en la orden. Su misión era clara y peligrosa: “Cumplir audazmente lo que se les ordenara y luego retirarse sin dejar rastro.”
Estos espías lograron recolectar información sobre supuestos rituales secretos y prácticas consideradas heréticas. Cuando llegó la orden de arresto, ya habían desaparecido. Ningún registro oficial confirma su existencia, pero los testimonios del enviado aragonés bastaron para sembrar la duda... y el terror.
A las acusaciones de los espías se sumaron los testimonios de antiguos templarios —algunos resentidos, otros torturados— que narraron historias macabras. Más tarde, muchos se retractarían, sabiendo que sus palabras, arrancadas bajo dolor, habían condenado a inocentes. Como dijo Shakespeare siglos después: “Los hombres dirán cualquier cosa cuando están en el potro.”
Las identidades de aquellos espías permanecen en la oscuridad. Quizás sus nombres descansan en un documento sellado, oculto en los archivos secretos del Vaticano… esperando ser descubierto algún día.
📖 Fuente: Mysteries of the Knights Templar – McMahon
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